Page 14 - Revista 2013
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Aldea del Pinar                                                               Revista Nº 6 - Ago/2013
             conocedores de tan lujosa mortaja, y con ánimo  franquear la entrada, su familia le pedía que se
             de apropiarse de sus joyas funerarias, en la me-  marchara  y  descansara  en  paz;  entretanto  los
             dianoche de la misma jornada del sepelio proce-  criados, aterrorizados, rezaban devotamente pa-
             dieron  a  desenterrar  a  la  difunta.  Extraído  el  ra  que  desapareciera  aquella  vampiresa  redivi-
             ataúd, y desclavada y levantada la tapa, la falle-  va. Un rato largo le costó a la señora convencer
                                         cida  se  incorporó  a aquellos necios de que era ella, y no su espec-
                                         como  movida  por  tro,  quien  pedía  asilo  en  la  casa.  Vencidos  ya
                                         un resorte; pregun-  los temores, aunque recelosos, por fin abrieron
                                         tando    insistente-  de par en par las hojas; fundiéndose en un cáli-
                                         mente, con un hilo  do  abrazo  que,  ahora  sí,  le  hizo  sentirse  real-
                                         de voz, que en qué  mente viva.
                                         lugar  se  hallaba.         A la mañana siguiente, mientras dormía
                                         Presas  del  pánico,
                                         dos  de  los  malhe-
                                         chores  abandona-
                                         ron    la   escena
                                         saltando  por  entre
                                         las  tumbas,  mien-
                                         tras  proferían  los
             más aterrados alaridos antes de brincar la tapia
             del camposanto. Entretanto, la cataléptica, ya le-
             vantada y en actitud caminante, con andar ren-
             queante  dirigió  sus  pasos  hacia  casa;
             atravesando con sus muselinas al viento, en me-
             dio de la negrura de la noche, la calle principal
             del villorrio. Una vez llegó a su hogar, llamó a
             la  puerta  con  la  insistencia  de  quien,  después
             de un largo viaje, desea abrazar a los suyos. Al  plácidamente en su lecho la enterrada viviente,
                                                              el marido se acercó hasta el cementerio acom-
                                                              pañado  por  otros  paisanos. Allí,  junto  a  la  se-
                                                              pultura  vacía,  encontraron  al  tercer  saqueador
                                                              asido  a  una  pala;  inerte,  mudo,  con  la  mirada
                                                              perdida  y  un  gesto  —rayano  en  lo  grotesco—
                                                              de no estar ya en el mundo de los seres raciona-
                                                              les…»
                                                                     Un  gélido  chaparrón  vino  a  poner  el
                                                              punto  y  final  al  gótico  relato,  obligándonos  a
                                                              despedirnos  tan  velozmente  como  ellos  re-
                                                              cogían sus bártulos. Poca caja debió de hacer la
                                                              familia de estañadores aquella tarde, probable-
                                                              mente  algunas  monedas  y,  eso  sí  lo  recuerdo,
                                                              unos pocos comestibles donados generosamen-
                                                              te  por  el  exiguo  vecindario. Así,  sin  esperar  a
             encender los criados las luces de la mansión, el  que  escampara,  aquel  clan  de  nómadas  libres
             marido  y  los  hijos  pudieron  comprobar  que  reemprendía  de  nuevo  la  marcha;  reiniciando
             quien aporreaba los portones no era otra que su  de esta manera, casi por ensalmo, su particular
             finada  esposa  y  madre,  a  la  cual  tomaron  por  viaje a ninguna parte.
             un fantasma que volvía del más allá para saldar                      Antonio José Viñarás y Domingo
             alguna  deuda.  Entre  súplicas  y  sollozos,  y  sin



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