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Aldea del Pinar Revista Nº 6 - Ago/2013
conocedores de tan lujosa mortaja, y con ánimo franquear la entrada, su familia le pedía que se
de apropiarse de sus joyas funerarias, en la me- marchara y descansara en paz; entretanto los
dianoche de la misma jornada del sepelio proce- criados, aterrorizados, rezaban devotamente pa-
dieron a desenterrar a la difunta. Extraído el ra que desapareciera aquella vampiresa redivi-
ataúd, y desclavada y levantada la tapa, la falle- va. Un rato largo le costó a la señora convencer
cida se incorporó a aquellos necios de que era ella, y no su espec-
como movida por tro, quien pedía asilo en la casa. Vencidos ya
un resorte; pregun- los temores, aunque recelosos, por fin abrieron
tando insistente- de par en par las hojas; fundiéndose en un cáli-
mente, con un hilo do abrazo que, ahora sí, le hizo sentirse real-
de voz, que en qué mente viva.
lugar se hallaba. A la mañana siguiente, mientras dormía
Presas del pánico,
dos de los malhe-
chores abandona-
ron la escena
saltando por entre
las tumbas, mien-
tras proferían los
más aterrados alaridos antes de brincar la tapia
del camposanto. Entretanto, la cataléptica, ya le-
vantada y en actitud caminante, con andar ren-
queante dirigió sus pasos hacia casa;
atravesando con sus muselinas al viento, en me-
dio de la negrura de la noche, la calle principal
del villorrio. Una vez llegó a su hogar, llamó a
la puerta con la insistencia de quien, después
de un largo viaje, desea abrazar a los suyos. Al plácidamente en su lecho la enterrada viviente,
el marido se acercó hasta el cementerio acom-
pañado por otros paisanos. Allí, junto a la se-
pultura vacía, encontraron al tercer saqueador
asido a una pala; inerte, mudo, con la mirada
perdida y un gesto —rayano en lo grotesco—
de no estar ya en el mundo de los seres raciona-
les…»
Un gélido chaparrón vino a poner el
punto y final al gótico relato, obligándonos a
despedirnos tan velozmente como ellos re-
cogían sus bártulos. Poca caja debió de hacer la
familia de estañadores aquella tarde, probable-
mente algunas monedas y, eso sí lo recuerdo,
unos pocos comestibles donados generosamen-
te por el exiguo vecindario. Así, sin esperar a
encender los criados las luces de la mansión, el que escampara, aquel clan de nómadas libres
marido y los hijos pudieron comprobar que reemprendía de nuevo la marcha; reiniciando
quien aporreaba los portones no era otra que su de esta manera, casi por ensalmo, su particular
finada esposa y madre, a la cual tomaron por viaje a ninguna parte.
un fantasma que volvía del más allá para saldar Antonio José Viñarás y Domingo
alguna deuda. Entre súplicas y sollozos, y sin
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