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Aldea del Pinar Revista Nº 6 - Ago/2013
Que el peso de la tierra te sea leve...
Un sonido prolongado de bocina se escu- dos peinaba a dos mellizas rollizas y algo
chaba, al franquear el puente del río los vende- pavas. Nosotros, que no perdíamos detalle des-
dores ambulantes. Los más avezados podían, de una prudente distancia, finalmente nos acer-
incluso, saber de quién se trataba con el mero he- camos para entablar conversación con aquellos
cho de sentir la cadencia de la resonancia emiti-
da por el claxon… Ya viene ‘El Fogatas’ o
Galindo —decían— cuando de pescado se trata-
ba. ‘El Virginio’ traía carne, mientras que la fru-
ta la suministraban Moisés o ‘El Hombruco’ de
Vilviestre. Otros comerciantes de calzado, tex-
til o cacharros eran ‘El de Castrillo’, ‘El de Vadi-
llo’ o ‘El Chimeneo’ de Palacios; eso sin
olvidar que, ocasionalmente, venía de tierras se-
govianas el colchonero de Cantalejo. En aque-
llos años de la infancia, muy de vez en cuando
aparecía por La Aldea alguno que otro afilador,
buhonero o quincallero; cuando no algún ocio-
so estañador de acento extraño y pintoresca fa-
exóticos personajes en vías de extinción. Des-
conozco cómo llegó la cháchara hasta tal punto
de familiaridad, pero el caso es que, ya por la
escasa clientela ya por ganas de agradar, aque-
lla pareja de forasteros comenzó a narrarnos
una inquietante historia acaecida a principios
de los años treinta del siglo XX, en la lejana
Rumania. Protagonizada por la ya difunta tía
abuela de ella, rica propietaria afincada en una
pequeña localidad de Transilvania, ambos se
santiguaron dos o tres veces seguidas —de arri-
ba abajo y de derecha a izquierda— justo en el
momento de empezar… «La tía Josephine falle-
ció en la primavera de 1933, de repente, justo
en el momento en que cerraba su último trato:
milia. la compra de unos extensos cercados al pie de
No sé si se acordará Yolita, pero una tar- los Cárpatos. Lívida, y cruzado el semblante
de de primavera, de esas en las que tan pronto por una mueca de estupor, cayó fulminada en
llueve como sale el sol, llegó al pueblo una fami- la sala principal de su casa, sobre su querida al-
lia de componedores en una desvencijada furgo- fombra azul cobalto, obsequio del rey Carol II.
neta de matrícula extranjera. Mientras el Tras los funerales oficiados por el obispo orto-
hombre, corpulento y de recias manos, se afana- doxo de Cluj, doña Josephine, cual legendaria
ba en disponer en derredor los útiles propios de faraona, fue bajada a la huesa envuelta en las
su oficio, la mujer, de rostro curtido y ojos glau- mejores galas y adornada con algunas de sus
cos, con su sonrisa salpicada de destellos dora- más preciadas alhajas. Tres gañanes del pueblo
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